02 febrero 2018

Isla Santay. Humedal urbano


Hoy día 2 de Febrero se recuerda el Día Mundial de los Humedales y el tema escogido este año por  la Convención de Ramsar para celebrarlo es “Humedales para un futuro urbano sostenible”.  Esta convención que se encarga de la protección de las zonas húmedas del planeta fue creada en 1971 y lleva el nombre de la ciudad iraní donde se firmó su acta fundacional. 

El mensaje a pasar en esta oportunidad es que cerca de 4 mil millones de seres humanos viven actualmente en sectores urbanos es decir la mitad del planeta y la tendencia de que más y más personas decidan dejar el sector rural y desplazarse hacia las ciudades está en aumento. Para responder a esta constante movilidad rural-urbana las ciudades deben ofrecer  servicios básicos como vivienda, transporte agua, electricidad y alcantarillado, pero también espacios verdes que permitan una buena relación de vida con la naturaleza y entre sus habitantes. Que contradicción, salir del campo para buscarlo en la ciudad.

Hasta no hace mucho tiempo al preguntar a un caminante en el Malecón de Guayaquil si conocía el nombre de esa larga mancha de manglar que se presentaba ante sus ojos al otro lado del río Guayas se recibía como respuesta un levantar de hombros en señal de desconocimiento. Hoy es cierto y seguro que la mayoría de guayaquileños saben que se trata de Santay. 

En efecto, esta isla de 2079 ha. dejó de ser un espacio verde lejano, olvidado y de difícil acceso  a partir de octubre del 2000 en que  a pedido de la sociedad civil el gobierno nacional decide solicitar a la Convención de Ramsar declararla  como humedal de importancia Internacional. A la época Santay fue el quinto ecosistema de ese tipo en el país que pasó a ser parte de esa lista de protección a los humedales del planeta, hoy se cuentan 18 sitios apuntados allí por nuestro país. En 2010  Santay y su contigua Isla El Gallo fueron además declaradas como Área Protegida del Ecuador.

Para Guayaquil y Duran el humedal Santay está ahora al “alcance de sus pies” debido a la  construcción en 2014  de dos puentes ciclo-peatonales que atraviesan el rio Guayas. La comunidad de San Jacinto de Santay  que ha sobrevivido de la pesca y de la llegada más o menos regular de turistas, con esos puentes ha mejorado su calidad de vida ostensiblemente ya que las visitas son más numerosas sea caminando o en bicicleta y eso les significa venta de artesanías, guianza nativa y venta de comida en su restaurante.  

Paralelamente el servicio de embarcaciones cumple sus recorridos regulares para quienes prefieren un viaje rápido y sentir de cerca la brisa del río. La navegación sobre el Guayas  revive gracias a esto. Santay hoy integrada a sus más cercanos centros urbanos se convierte así en un anexo ambiental extraordinario de Guayaquil y Duran especialmente.  

Hace 5 meses un desafortunado accidente fluvial afectó una parte del puente entre Guayaquil y Santay dejándolo inutilizable. El gobierno nacional a través de la Gobernación del Guayas y el Ministerio del Ambiente han dado prioridad a su reconstrucción la misma que se está realizando y que añade mayores seguridades al diseño inicial.

La utilidad  de ese puente para la población de Santay es evidente y a pesar del llamado que ciertos sectores han realizado públicamente para que el puente ya no exista, así de plano, tal propuesta desconoce por un lado la ventaja que el puente tiene ahora para los habitantes de Guayaquil y Duran pues caminar,  correr o hacer bicicleta por el puente hacia Santay es un ejercicio corporal y mental que se ha convertido en habitual en miles de personas una o varias veces por semana.  Únicamente el argumento de caminar a Santay por salud justifica ampliamente su existencia.  

Se argumenta que el puente es un obstáculo para la navegación en el Guayas, que la apertura de su sector basculante no es suficiente o que los pilares generan más sedimentos al río provocando con ello la disminución de profundidad y por ende su navegabilidad.  El puente basculante fue diseñado para que pasen barcos de manga (ancho) similar a los que pasan el Canal de Panamá, es decir casi todos los barcos del mundo. Está  demostrado además que no es únicamente por causa de los pilares del Puente Rafael Mendoza que se formó el “Islote” cerca de la Puntilla. Entonces porqué tendrían que ser los pilares del puente a Santay  los que impidan la navegación en el río.

Del lado de la población de Santay el puente no solo que significa el ingreso de visitantes ávidos de conocer el humedal, de admirar su biodiversidad, de disfrutar de una buena caminata, de un tiempo de deporte, de una deliciosa comida típica en la comunidad. También podría ser la ruta de  ingreso de la tubería de la tan ansiada agua potable para la comunidad, agua hasta ahora llevada por barcos tanqueros y de manera insuficiente. 

Hoy en el Día de los Humedales 2018 estamos más y más conscientes de que Santay esa otrora isla desconocida, hoy gracias a autoridades, sociedad civil y sobre todo a la  población que lo habita y lo cuida, se ha convertido en un humedal integrado que aporta a la sostenibilidad actual y futura de Guayaquil y Duran, un Humedal Urbano.

19 diciembre 2017

La promesa incumplida en Santay

Tras la caída del puente a la isla llegan pocos turistas. Solo hay un muelle para transportarlos. En la ecoaldea los negocios decaen.

     
Situación. Por la falta de transporte, a diferencia de otros años, Ángel Domínguez celebrará fin de año en casa y no en el malecón.
Santay sigue sufriendo. Han pasado casi dos meses desde que la embarcación pesquera Patricia derribó el puente peatonal que conecta con Guayaquil y los cerca de 260 habitantes que viven en las 56 aldeas que integran la reserva, no logran económicamente levantarse. Esto pese a que les prometieron el cielo.

Les aseguraron, por ejemplo, que los botes desembarcarían por la Caraguay, el Yacht club, la Molinera y el Parque Histórico, pero aquello solo se cumple a medias. Pues estos dos últimos muelles no están activos ni para el turismo ni para los colonos.

Aunque el gobernador José Francisco Cevallos ha puesto a disposición de quienes viven allí dos lanchas a motor, los visitantes no llegan con frecuencia. En el muelle del Yacht Club del malecón Simón Bolívar, en el centro de la ciudad, se han dispuesto seis horarios para la movilización de turistas que está a cargo de los comuneros de Santay: 09:00, 10:30, 12:00, 13:30, 15:00 y 16:30. El costo es de $ 5 por la ida y el retorno.

“Pero ni siquiera dándoles las facilidades y un precio relativamente módico ellos vienen”, lamenta Ángel Domínguez, quien prácticamente nació en la isla. La desesperación de la gente es tal, asegura una de las guías turísticas de la aldea, que incluso ellas -por turnos- deben ir al malecón a promocionar los paseos.

“Nos turnamos entre los trabajadores del restaurante de Santay y los guías. Decimos todo lo bueno que tenemos aquí, lo bonito que es el lugar, pero a veces no logramos traer más que a cinco personas por viaje entre semana”.

El apoyo para promocionar las visitas con paquetes turísticos y difusión es la promesa esfumada que más duele. La anunciada campaña comunicacional para difundir el uso del puente que une Durán con la isla es un intento de reactivación de turismo en la zona que apenas se cumple con posts en redes sociales. Es decir, nada de publicidad en televisión o radio.

“Es una pseudocampaña. Sin impacto y sin adecuada difusión”, opina uno de los administradores de negocios de la isla, quien prefiere omitir su nombre por temor a represalias.

Personal de Ambiente que labora en Santay explicó a este Diario que de 400 visitantes que entraban antes del colapso de la estructura, hoy, en un día de fin de semana, solo arriba menos de la mitad hasta la ecoaldea.

Pero no solo allí hay afectación. “En el acceso por Durán, en cambio, sigue inhabilitada la ciclovía, porque los trabajos de reparación de las camineras nunca empezaron de ese lado”, contó un empleado. EXPRESO constató esto último en un recorrido donde halló, intactos, más de dos centenares de huecos en medio del recorrido. No es lo único. Las maderas que encercan el camino también lucen notablemente deterioradas de ese lado, en donde la crecida maleza se confunde con la vegetación natural de la isla.

Se trata de otra promesa incumplida. Al caerse el puente, las autoridades se comprometieron a trabajar con el Cabildo de Durán para captar visitas por ese lado. Pero tampoco se hizo.

A la entrada de ese lado hay bicicletas arrumadas en una esquina, un negocio que en semanas buenas podía dejar hasta $ 500. Por allí ingresan unas 130 personas los sábados y domingos, asegura uno de los trabajadores. Pero de ellos, ni 20 avanzan a la ecoaldea. “Es que se hace demasiado largo”. Son seis kilómetros de recorrido frente a los casi dos que tenía Guayaquil.

“Hubiera ido a la reserva para comprar algo si entraba en bicicleta, a pie es muy cansado”, confesó a la salida desde el lado de Durán, Carlos Briones, un turista que lamenta que no se impulse el turismo de una forma adecuada en esa área protegida ni se ayude de una forma óptima a quienes allí habitan.
En la isla, declarada como Sitio Ramsar I, por ser un humedal que debe preservarse, hay detalles que se deben mejorar. Para Gabriela Cando, guayaquileña, por ejemplo, los guardaparques y los mismos guías deberían permitirles recorrer las aldeas. “Nos dicen que solo debemos llegar hasta cierto punto, no se nos permite cruzar hasta las casas, conversar con la gente. ¿Cómo entonces podemos ayudarlos? Si es allí, al interior de su hogar donde muchos venden chucherías, comidas o tienen bazares”.

Para Johanna Achiote, residente de la vivienda número 3 de la reserva, esta nueva disposición gira en torno a no dar a conocer su realidad. “A veces pienso que las autoridades quieren simular que todo está bien, cuando nuestro estado real es bastante desesperante”. Estamos de picada, dice la mujer, al revelar que hoy a duras penas logra subsistir con la venta de aguas y bolos. Su esposo es pescador, pero la actividad de igual forma está “bastante dura”.

“No encontramos alivio por ningún lado”. Achiote se lamenta, al igual que otra decena de residentes, de no poder visitar constantemente a la familia, como previo al desplome lo hacían, que vive en el centro, el barrio Cuba, el Guasmo. En fin, en la ciudad.

La caída del puente, matiza Tomás Domínguez, habitante y pescador, los ha obligado a guardarse en casa. “Trasladarnos (en las lanchas de los colonos) a veces llega a costarnos $ 2 de ida y $ 2 de regreso. Es difícil. Aquí vivimos gente humilde, no puedo darme esos lujos”.

Para tranquilizar a los colonos, Cevallos ha prometido que a inicios de 2018 se empezará a construir un nuevo paso peatonal, luego de que se hayan recogido todos los escombros del que colapsó. Los habitantes no se hacen ilusiones. Prefieren empezar “a sentirse tranquilos, alegres” cuando la primera piedra de la obra sea puesta.

El contrato Proyecto Isla Santay, Puentes peatonales camineras y ciclovías, llevada a cabo por el Miduvi, componente importante del Proyecto Guayaquil Ecológico, de 2013, tuvo un costo de 36 millones de dólares.                    
   
“Las camineras están encaminadas...”

El gobernador José Francisco Cevallos, abanderado de todas estas promesas y quien coordinó con las autoridades competentes el auxilio a Santay, está consciente de la situación de las camineras de la isla.

“Las camineras están encaminadas a entregarse”. Se supone que un día después de que se cayera el puente, al menos un tramo del lado de Guayaquil debía entregarse. Pero no pasó. “Nos retrasamos un poco porque nos enfocamos en la construcción del puente”.

Aún está pendiente -explicó- que el Servicio de Contratación de Obras (Secob) entregue la competencia al Miduvi. EXPRESO explicó en agosto pasado que “antes de que se la abriera al público, el mantenimiento estaba a cargo de la empresa contratada para ejecutar el levantamiento (Bueno y Castro). Desde mediados de mayo, se firmó la recepción de la obra entre la constructora y Secob.

Aunque el Ministerio de Ambiente (MAE) administra la isla, como área protegida, las obras ejecutadas siguen a cargo del Secob, que no puede traspasarla de manera oficial al Miduvi. Este organismo no acepta una infraestructura que presenta daños.

La obra de Santay-Durán no empieza, justificó Cevallos, porque hay un inconveniente con un contrato complementario, “detalles que ya se están solucionando”.

Fuente: Diario Expreso

10 noviembre 2017

Santay - 50 años -1967-2017

El 10 de noviembre de 1967 Santay fue captada en esta imagen. Si no me equivoco es la primera imagen satelital de la isla. Hoy exactamente 50 años después la comparo con una imagen de hace un mes. Saltan a la vista algunos cambios de sus border oriental y occidental, debido a la erosión causada por el río Guayas.

31 octubre 2017

Ramsar, la convención que salvó a Santay hace 17 años.




Desde 1994 el Comité Ecológico de la Espol, posteriormente  Comité Ecológico del Litoral  había probado
todas las posibilidades existentes para lograr que la Isla Santay sea declarada Area Protegida, las promesas
de los funcionarios de turno no sirvieron.

Santay estaba entonces únicamente habitada por ex trabajadores de las antiguas haciendas expropiadas en 1982 por el gobierno en beneficio del Ministerio de Obras Públicas que luego las traspasó al BEV para un proyecto de vivienda popular que nunca existió y que fue origen de un enorme escándalo político.

Dichos trabajadores cuyos abuelos llegaron alguna vez desde la península de Santa Elena con el carácter de temporales, decidieron un día quedarse, así los hacendados les asignaron terreno y construyeron sus casas hasta que llegó la expropiación. Los patrones forzados a vender partieron y los empleados que ya entonces se identificaban: “nacidos y criados en Santay” recibieron como indemnización el uso de lo que quedaba de las casas de hacienda para reubicarse y levantar sus viviendas. El BEV les dio permiso de usufructo a cambio del cuidado de la isla.

Se instalaron en el sector donde se encuentran ahora, el destino así los devolvió a la pesca, su primera actividad histórica de supervivencia. Se organizan como Asociación de Pobladores en 1999, en enero 2000 inauguran su primera y única escuela construida con el apoyo de ONG’s locales y extranjeras.

No lejos de allí en Guayaquil, a menos de un kilómetro de distancia, son otros los intereses para Santay, se habla de todo, desde un gran parque de atracciones, hasta un circuito de Fórmula Uno, de un Singapur latino hasta casinos y centro de espectáculos.

El 31 de octubre del 2000, tras una larga espera, el gobierno ecuatoriano recibe la aceptación de la Convención RAMSAR del pedido de declararla Humedal de Importancia Internacional.

Los argumentos ambientales y sociales presentados a la Convención por el Comité Ecológico son convincentes. Santay tiene una biodiversidad que hay que proteger y salvar, y una población que ha sabido y sabe cuidarla.

Todos los rumores se apagan. No más proyectos suntuosos, no más fantasmas desarrollistas.

10 años más tarde y por petición de la Asociación Amigos de Santay el Gobierno nacional en febrero del 2010 designa a las islas Santay y el Gallo como Área Protegida del Ecuador. 

El Humedal Santay se convirtió concretamente en el pulmón de Guayaquil, hoy a través de un puente peatonal y del transporte fluvial su comunidad y el proyecto ecoturístico son visitados por cientos de turistas.

Hasta hace 20 años casi nadie sabía de su existencia. Hoy es destino natural obligado.


La población santayence aspira ahora a construir su Museo Comunitario pues están orgullosos de una historia que quieren con ansias contar a sus visitantes.


Publicado por Diario El Telégrafo