El develamiento de la construcción de una serie de dispositivos sobre el Río Guayas, frente al malecón renovado, da cuenta de una política de agresiva comercialización del paisaje en una ciudad que, como Guayaquil, carece de oasis visuales, tan necesitados a la hora de buscar el reposo necesario.
Varios ejemplos pueden ser enumerados para intentar poner sobre el tapete la necesidad de incluir al paisaje como un elemento clave para una agenda por la reivindicación de los derechos de los habitantes de esta urbe.
Un monumento a Guayas y Quil, aquellos personajes mitológicos que son usados para afirmar los sentidos políticos más retardatarios, incluyendo la sumisión perenne de la mujer, se diseña para construir un paradero turístico que emule a monumentos insignes como la Estatua de la Libertad. Un casino sobre el río, que se halla en vías de construcción, confirma la prominencia de intereses comerciales vinculados a este oscuro sector de la economía, que, con la bendición de Nebot se ha tomado ya el centro renovado.
Y, claro, todos los ojos se dirigen nuevamente a la Isla Santay, aquella reserva natural largamente ambicionada por los urbanistas, y que está en la mira para, quizás, convertirse hasta en un pedazo de Disneylandia. En otras áreas claves de la ciudad, la problemática es la misma. Cerro Blanco vive permanentemente amenazado por la expansión de intereses transnacionales, y, el Parque del Lago, aquella hermosa represa, ha sido ya tomado por compañías constructoras a despecho de las inminentes consecuencias sobre la contaminación de una de las fuentes de agua principales para su zona de influencia.
El problema crucial, atestiguado por todos estos ejemplos, es el de la creación de una ciudad entrópica: condenada a la destrucción sistemática de su medio ambiente y de aquel, de por sí ya escaso, paisaje que alimenta la recreación de los ciudadanos. La discusión de fondo se dirige a una administración local caracterizada por el develamiento de proyectos de desarrollo sin el debate correspondiente con la población afectada que, en todos los casos nombrados, es el conjunto de la población que los visita en su búsqueda por algo de descanso. En una ciudad donde la mayoría de parques han sido construidos para ver y no tocar, la prominencia de los intereses corporativos sobre el espacio público debe revertirse.
Tomado de El Telégrafo, primer periódico público del Ecuador, 09-04-2007