El 16 de junio de 1822 el libertador Simón Bolívar participa en las calles de Quito del desfile dedicado a los héroes del 24 de mayo. Desde el balcón de una casa esquinera de las calles hoy llamadas Chile y Venezuela, una agraciada muchacha quiteña lanza una corona de flores a fin de alfombrar el paso de los soldados con tal mala puntería que el ramillete llega al pecho del Libertador quien la alcanza a ver y le sonríe.
De esa sonrisa hasta el ultimo suspiro del Libertador en
1830 pasaron ocho años de un tórrido romance en medio del trajín militar de una
campaña de batallas liberadoras, es importante aclarar que, aunque las
independencias estaban declaradas por los pueblos, la corona española tenia
total presencia y poder en los territorios. Era en los campos de batalla donde
habría que sellarse la plena libertad.
Manuela no participa de esa celebración por casualidad
pues aplaude el triunfo militar logrado 22 días antes por el general Sucre y
sus tropas, batalla a la que mucho aportó en sus preparativos.
Pocos meses antes Manuela ya separada de su esposo había llegado
a Quito junto a su padre, rápidamente se actualiza sobre la situación política y
apoya de manera inmediata las actividades de preparación de la Batalla de
Pichincha que daría fin a la dominación española.
Esta vocación libertadora de Manuela se inicia a sus 14 años cuando junto a su madre tomaron partido por la causa emancipadora a pesar de la ferviente adhesión de su padre a la corona. Se la interna en un convento para educarla, aunque la razón principal fue desvincularla del proceso de independencia.
A sus 20 años es casada con un comerciante inglés con quien
viaja a Lima en donde empieza a tener novedades de las acciones de Simón Bolívar
por la liberación de la Nueva Granada. Participa en actividades que llevaron a
la independencia del Perú en 1821 y admira al general José de San Martín quien
en 1822 la condecora como Caballeresa del Sol por sus servicios prestados a la
causa liberadora.
De 1822 a 1830 sus aventuras amorosas llenan los espacios
sociales, políticos y militares. Tras la muerte de Bolívar Manuela es exiliada en
Jamaica y tras un fallido intento de volver a Quito, termina en Paita, Perú
donde desprovista de riquezas y prestigio vive sencillamente añorando su patria
y su Simón hasta su muerte en 1856.
La noche del día en que se conocieron, durante el baile de honor, Bolívar habría dicho a Manuela “Si todos mis soldados tuvieran esa puntería, yo habría ganado todas las batallas”.
200 años han pasado de ese gesto que luego se
ha contado de mil maneras y sentidos.
La historia de amor y pasión de estos dos personajes ha
llenado de tinta páginas de periódicos y libros, han motivado decenas de filmes
y ahora siguen citándose en las redes sociales.
José Delgado Mendoza
Ginebra, Suiza