Por Amy Intriago ,
estudiante de la UIDE
Desde que se
inauguró el puente bascular que une a Guayaquil con la isla Santay, la gente ha
llegado desde distintos puntos de Ecuador para conocer la biodiversidad que
existe en dicha zona. A quien apuesta por este encuentro con la naturaleza le
será casi imposible perderse porque puede llegar a este lugar tomando un bus de
la metrovía que recorre el circuito Terminal Terrestre-Caraguay.
Desde la parada del
barrio El Centenario puede avanzar por la calle El Oro hasta la ría y luego de
registrarse, José Benavides, jefe de seguridad, le dará las primeras
indicaciones: “de lunes a viernes, Santay es visitada por 800 turistas,
aproximadamente; mientras que los fines de semana llegan entre 1.500 y 2.000
personas”. De ellos el 35% prefiere ir a pie; pero, también pueden pedalear su
bicicleta o, por 4 dólares las tres horas (se adiciona un dólar si se excede
del tiempo), alquilar una al Ministerio de Ambiente, MAE.
De 06:00 a 17:00 es
el horario habilitado para recorrer los 840 metros de longitud que tiene este
puente. Evelyn Rodríguez, encargada de la garita, aclara que solo se permite
alquilar hasta las 15:00 porque dos horas después se cierra el acceso a las
ecoaldeas.
A pesar del considerable
porcentaje de turistas que optan por ir en bicicleta, el 40% de ingresos que
este rubro generaba al inicio ha disminuido con la apertura del Área Nacional
de Recreación.
Se pronostica que en
2015, con la inauguración de un lugar para practicar canopy, se recuperen las
ganancias.
El puente
peatonal-ciclovía que une a Guayaquil con San Jacinto de Santay tiene 4,50
metros de ancho, espacio que es compartido por ciclistas y caminantes. Quienes
optan por esta segunda opción pueden sentir la brisa en sus rostros; incluso,
hay jóvenes que han optado por hacer de este lugar el sitio ideal para
manifestarse su amor.
Eso se evidencia con
un candado colgado en el puente en el que se ha dibujado un corazón y sus
protagonistas emulado el ejemplo del famoso ‘Puente de las Artes’, en donde
cada pareja que lo visita cuelga un candado con sus iniciales y arroja la llave
al río Sena como máximo pacto de amor.
“Conserve su
derecha” indica la señalética y de esta manera se mantiene el respeto por el
espacio tanto del peatón como del ciclista. Al final del puente hay una
bifurcación: a la izquierda está el sendero que une a Santay con Durán; y, a la
derecha, el camino hacia la ecoaldea.
William Espinoza
visita la isla por tercera vez. No se cansa de hacerlo porque le parece un
lugar agradable por el ecosistema que posee. “Algo fuera de lo que estamos
acostumbrados en la ciudad: el tráfico, la bulla. Estoy encantado”.
El camino es largo y
la mirada se pierde entre la variedad de flora: mangle negro, palma real,
guachapelí, samán y otros árboles.
Vigilantes de
tránsito recorren el lugar en bicicleta para asegurar el orden y resguardo de
los visitantes.
El personal de
limpieza se esfuerza por recoger la basura y, en medio del camino, se han
ubicado pequeños stands que ofrecen bebidas energizantes, gaseosas y snacks.
Yomaira Andrade
lleva 6 meses trabajando en uno de estos puestos y no ha visto ganancias. Las ventas son muy pocas, “obtengo entre $30 y $60 diarios, es nada”,
dice.
Una visita placentera
Pedro Parrales, nativo y habitante de la isla,
se dedica a vender bollos los fines de semana. A pesar del aporte económico que
el turismo le ha dado, complementa sus ingresos con la pesca para salir
adelante. Su producto cuesta 1 dólar y reconoce que no se gana mucho; pero,
cuando la venta es buena, gana entre 50 y 100 dólares diarios.
Margarita Torres, quien vende artesanías,
comparte la opinión de Pedro. “Se vende muy poco, hay días buenos y otros
malos”.
Ella se dedicaba a buscar turistas para
hacerles un recorrido en bote desde el malecón hasta la Isla, pero optó por
esta nueva fuente de ingreso. Ahora espera que mejore con la llegada de más
atractivos.
En las ecoaldeas hay 56 cabañas que pertenecen
a familias de la comuna y 3 para alquilar si alguien desea alojarse.
Tienen capacidad para cuatro personas cada una
y, cerca de allí, hay un restaurante que ofrece platos típicos como pescado
frito con arroz y menestra, seco de pollo o cebiches. Los precios varían entre
$3,50 y $5,00.
Santay tiene una cocodrilera. Allí se ha
implementado un mirador para apreciar los 11 reptiles de la zona, 2 de ellos
son hembras.
Todos toman baños de sol; unos prefieren
hacerlo en pleno terreno árido mientras otros se han convertido en las mejores
estatuas al lado de algún tronco de árbol.
Si en este punto su
cansancio es insostenible le gustará saber que una manera de regresar a
Guayaquil es acercarse al muelle y, luego de cancelar 1,50, embarcarse a las lanchas
que lo dejarán en el mercado de la Caraguay.
FUENTE: Diario El Telégrafo
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